Había una vez, en un país muy muy cercano al mío, donde lo que más comen son cruasanes y mantequilla, un científico llamado Louis Pasteur, al cual le encantaba la tortilla francesa y los crepes de chocolate. Químico francés de la época de la generación espontánea, comenzó a dudar sobre esta.
Le apasionaba comer. Siempre que lo hacía, se ponía a pensar y se preguntaba para sus adentros: ‘’¿Los seres vivos no procederán de otros seres vivos?’’. Seguidamente, se respondía a sí mismo: ‘’Cuando acabe de comer, me pongo a investigar’’.
Louis sabía que en el aire existían pequeñas estructuras que, al depositarse, podían causar la descomposición de algunos seres vivos -es decir, contaminaban-.
Un día se fue a su gran huerto. En él tenía plantados: tomates, alcachofas, berenjenas, pimientos, margaritas, rosas y azucenas… Preparó caldo de cultivo. Con el caldo de cultivo se fue a su casa. Entonces, cogió dos recipientes con el cuello largo y los dobló aplicandoles calor en forma de “S”. Calentó el caldo de estos recipientes, para, posteriormente, dejarlos enfriar.
Pasada media hora, que dedicó a preparar el famoso plato francés “Ratatouille” con las hortalizas de su huerto, decidió poner un recipiente de forma vertical y otro recipiente inclinado.
¡Que buena idea tuvo Pasteur!
Cocinar y comer era la inspiración de Louis. Gracias a sus dos pasiones, se dio cuenta de que en el recipiente vertical no entraban pequeñas estructuras que él conocía que contaminaban, ya que estos microbios se acumulaban en el codo y no podían ascender. En cambio, por el recipiente inclinado, el caldo contactaba con los microbios acumulados en el codo y sí se contaminaba.
De esta forma, Pasteur afirmó que todos los seres vivos proceden de otros seres vivos y, por el contrario, negó todo lo relacionado con la generación espontánea.
Orgulloso de la investigación realizada fue a su casa y se preparó un gran crep con chocolate, fresas y nata.
FIN